Madrid es una ciudad ajetreada, llena de gente que viene y va con sus pensamientos en la cabeza, llena de personas con las que te cruzas una vez en tu vida y si tienes suerte compartes una mirada, de esas que duran unos segundos, y luego giran la cabeza y siguen su camino, como si no hubiese pasado nada, no influencian en tu día a día y tú no les influencias a ellos.
Yo soy de ese pequeño grupo de personas que aguantan la mirada hasta que la otra persona la quita, como si fuese capaz de descubrir algún secreto o hacer que la otra persona se enamorase de mi perdidamente, por arte de magia, aunque claro está que eso no va a pasar.
Los ojos... Lindos espejos del alma, y dicen más que las palabras, la pandemia ha traído eso, ojos expresivos, que con el uso de la mascarillas, no te queda otra que fijarte en los ojos de la persona para saber lo que siente, doy gracias a ello, ya no me siento tan rara por quedarme mirando fijamente a los ojos de las personas. Mi primo siempre me lo había dicho "deja de mirar fijamente, da mal rollo y es muy raro" yo respondía con una risa y apartaba mi vista hacia cualquier otra cosa, mi madre por el contrario, me decía que mis ojos son muy expresivos y que trasmiten todas las palabras que se quedan atacadas en mi garganta.
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