14 de julio de 2021

Escribir sin nada que decir

 

"Las palabras son todo lo que tenemos."

Samuel Beckett


Te sientas frente a la pantalla, cierras los ojos y suspiras fuerte. Te preparas para encontrar en ti palabras que no tienes y empiezas a teclear sin control banalidades que solo suman letras a un texto sin sentido. Lo relees. Intentas encontrar algo bueno, que merezca la pena, que haga saltar la chispa. Y nada. No ves nada que merezca la pena salvar de todo el discurso sinsentido que te estás montando. Te frustras y vuelves a suspirar, más fuerte que la primera vez, pero con menos paciencia y ganas. Y vuelves a la carga. Vuelves a escribir unas cuantas palabras que hilen el desastre anterior con el nuevo que estás a punto de crear. Y te desvías del tema. Y te vas por las ramas. Y aun así, nada interesante que contar o añadir. Pasan los minutos, divagas entre las líneas releyendo todas y cada una de ellas pensando en alguna frase que esté disfrazada de inspiración, para acabar profundizando en ella y darte cuenta de que sí, estabas en lo cierto, no tienes nada que ahora valga la pena contar, ni que sea significante, ni que pueda merecer ser leído. Escribes porque tienes que escribir. Porque no queda otra que refugiarte en tu mente y adornar el lugar con palabras bonitas y frases rebuscadas que den algo de color al blanco de la situación y al blanco en el que quedan impregnadas. Y pese a no tener sentido, te sientes un poco más ligera, con menos carga que afrontar a solas, quizá por el consuelo de que sabes que otra persona va a leer esto y quizá encuentre una lógica en tu caos verbal. O en tu caos interior, que muchas veces es prácticamente el mismo. Y no dejas de escribir sin nada que decir hasta que por fin te quedas sin frases salvavidas y tienes un texto entero.