Parece que, de la noche a la mañana, tu mejor amigo o amiga, ese que juraba lealtad eterna y prometía acompañarte hasta en el apocalipsis zombie, desaparece del mapa. ¿La razón? Ha sido absorbido por otra nueva media naranja que, convenientemente, lo completa y lo distancia de todos sus conocidos.
Seamos honestos, en la mayoría de los casos, estas relaciones no son más que una sustitución barata de la amistad. Se supone que encontrar una pareja es la panacea para todos tus males, el Santo Grial que te hará sentir completa. ¿Y qué pasa con las amistades? ¿Esas conexiones que has cultivado durante años, que te han visto en tus peores momentos y celebrado tus victorias, que te han aguantado borracho y sobrio? ¡A la basura! Porque, claro, ahora tienes a alguien que te quiere. Oh, la ironía.
¿Realmente se sienten mejor con una persona en la cabeza?
De repente, tu felicidad, tu tiempo libre, tus planes, tus pensamientos más íntimos... todo, absolutamente todo, gira en torno a esa persona. ¿Y si te deja? ¿Qué queda de ti? Ah, sí, un cascarón vacío y lloriqueante, listo para la siguiente "media naranja" que lo "rescate" de la "terrible" soledad de tener que pensar por sí mismo.
La ciencia no miente: el peligro de la hiper-focalización
Y no, no estoy solo en esta observación. La ciencia, esa fastidiosa entidad que insiste en basar sus afirmaciones en "hechos" y "pruebas", está empezando a levantar la voz, aunque a muchos les duela aceptarlo.
Estudios de la Universidad de Oxford han demostrado que las personas con redes sociales más amplias y diversas tienden a ser más felices y a tener una mejor salud mental. Resulta que tener más de una persona con la que hablar de tus problemas es beneficioso. Cuando te obsesionas con una sola relación, ¿qué pasa con esa diversidad? Se esfuma más rápido que tus propósitos de Año Nuevo. Te vuelves más vulnerable a la depresión, la ansiedad y, la joya de la corona, ¡la soledad! Sí, la soledad, aunque estés acurrucado con tu "alma gemela" viendo Netflix por octava vez.
¿Es saludable que una persona ocupe todo tu tiempo?
¡Claro que no! Es una barbaridad. Es sacrificar tu individualidad, tu crecimiento personal y tu bienestar general en el altar de una idea romántica idealizada y, a menudo, muy malentendida. Cuando te pasas el día pendiente de la otra persona, ¿cuándo lees ese libro que querías? ¿Cuándo aprendes esa habilidad nueva? ¿Cuándo simplemente disfrutas de tu propia compañía sin sentir la necesidad de documentarlo para Instagram? ¡Nunca! Porque estás demasiado ocupado en esa burbuja de dos, donde aparentemente la felicidad es directamente proporcional a la cantidad de tiempo que pasas mirándote a los ojos mutuamente.
Así que, la próxima vez que veas a alguien desaparecer en el abismo de una relación, o peor aún, si eres tú el que está a punto de caer, piénsalo dos veces. ¿De verdad vale la pena sacrificar tus amistades, tu tiempo y tu propia identidad por una idea preconcebida de "amor" que, en muchos casos, es más un grillete dorado que una bendición? Si respuesta es no, pero sus acciones dicen sí.
Observemos a nuestro alrededor. Amigos, familiares, incluso nosotros mismos, nos vemos arrastrados a buscar, a encontrar, a "estar en una relación". ¿Por qué esta urgencia? ¿Por qué esta necesidad impuesta de compartir cada aspecto de nuestra vida, de fusionar identidades, de perdernos en la dualidad? La ironía es que, en esta búsqueda frenética, muchos terminan más solos que nunca. La soledad no se cura con la presencia física de otro; se agrava cuando esa presencia ahoga la individualidad y distorsiona el propósito de la propia existencia.
Nos hemos convencido de que la pareja es la fuente primordial de validación y de alegría. Hemos cedido nuestro bienestar emocional a la voluntad de otra persona, a la estabilidad de un vínculo que, por naturaleza, es frágil y cambiante. ¿Qué ocurre cuando ese vínculo se rompe? La devastación es absoluta, no porque se haya perdido a una persona, sino porque se ha perdido la base de la propia identidad que se construyó sobre esa relación. Es un autoengaño, una especie de esclavitud emocional voluntaria, disfrazada de plenitud.